jueves, 9 de agosto de 2007

'Sexual dolls', la perversión nipona


¿Puede un ser humano enamorarse de un robot con curvas de mujer? ¿Es una perversión tener relaciones sexuales con una maniquí de silicona? ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? El cine, el mejor oráculo de la posmodernidad, lleva planteándose estas mismas preguntas desde los hermanos Lumière: en 1927, Fritz Lang ya creó para su 'Metrópolis' un autómata femenino llamado María. En 1984 'Blade runner' tenía entre sus protagonistas a una insinuante y violenta replicante llamada Pris. Steven Spielberg fue mucho más allá en 'Inteligencia Artificial' (2001), ya que concibió un mundo futuro en el que existían legiones de 'cyborgs' dedicados a ofrecer placer carnal.

Igual que el 'séptimo arte', el mundo real también ha echado mano de humanoides que, si bien no tienen nada de mecánicos, si han servido como herramientas para el 'consuelo' sexual. Por ejemplo, las tripulaciones japonesas destacadas en los submarinos después de la Primera Guerra Mundial usaron las primeras muñecas hinchables de la Historia no precisamente como flotadores por si la nave se hundía, sino para matar el deseo en las profundidades marinas. Después, convertidas ya en un fetiche, se universalizaron en los 'sex shops' de todo el mundo.

Ha sido de nuevo en Japón, un país que siempre va a la vanguardia en este terreno, donde las muñecas hinchables de toda la vida, ésas con tacto de plástico, boca eternamente abierta y postura hierática han conocido a su segunda generación: las 'dutch wives' (esposas holandesas) una especie de replicantes de látex, vinilo o silicona que, basadas en la estética 'hentai', pueden llegar a costar 6.000 euros. ¿Razones? Orient Industry, una de las marcas que comercializa estos juguetes sexuales, asegura en su publicidad que el tacto es casi humano, al igual que los rasgos, basados en personas de carne y hueso. Su esqueleto, similar al de una mujer real, es de metal. Hasta el pelo es natural.

La compra se realiza por Internet y la muñeca llega a casa del consumidor discretamente embalada en una caja con forma de ataúd. El bulto incluye un curioso servicio posventa: una vez muerto el propietario, la empresa se compromete a recoger su pepona, a consagrar su alma en una especie de ritual y a enterrarla junto a su dueño.

No son los únicos: las firmas RealDolls y Mercadoll han copiado el formato y han reproducido el cuerpo y el rostro de famosas actrices porno occidentales pero con la posibilidad de 'customizarla' al gusto del consumidor: color de piel, de ojos, de pelo y, por supuesto, de vestuario colegiala, enfermera o sirvienta .

El ingeniero alemán Michael Harriman va más allá y prepara el lanzamiento de un androide sexual de carácter femenino "capaz de responder a estímulos sensoriales, de imitar una respiración agitada, de mover la pelvis por control remoto, de aumentar su temperatura corporal durante el acto y de mantener los pies fríos, igual que una mujer real", afirma.

En su catálogo 'on line', sus muñecas Meg, Rei, Mika o Alice, de aspecto aniñado, se presentan ante sus posibles compradores vestidas con lencería y poses sugerentes, igual que si fueran prostitutas. Algunos japoneses pudientes ya las coleccionan. Por ejemplo, un ciudadano de Osaka ya ha protagonizado más de un reportaje en televisión al posar orgulloso con su centenar de 'lolitas' de goma repantingadas por toda su casa.

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